Dios me tocó y yo me dejé...

Hola a todas mis queridas alumnas,

Hoy no he venido a impartir una lección para no saturar, sino a contar una experiencia personal que me ha marcado:

Ayer como es costumbre de todos los jueves, me fui a rezar el santísimo rosario con mis amigas María, Josefina y Rodolfa, quienes odian las discotecas como yo, y como es natural, según nuestra categoría celestial (aunque debo confesar con humildad que yo estoy dos escalones más cerca al cielo que ellas). Todas somos vírgenes y por eso Dios nos ayuda a encontrar la paz interior, que tanto necesita este decadente mundo.

Oramos por todas aquellas adolescentes descarriadas que sin aún ser mayores de edad ya se han acostado con algunos, bueno no, algunos no, sino con muchos, muchos chicos. Me avergüenzo pero siento pena, en parte porque yo siempre me enternezco ante los pecadores como si fueran personas, que al igual que yo, tuvieran sentimientos y hasta un alma, aunque sé, según lo que dice la biblia, que ésta última si la tienen (ó la tenían) ya sé quemando en el profundo y ardiente infierno.

Bueno, entonces, cuando estaba sumergida en la oración y hasta hablando en lenguas, el Padre José (el nuevo sacerdote de la comunidad) me ha dicho que le ayude a limpiar los santos, lo cual no me gusta del todo. No quiero quedarme para vestir santos, con lo guapa que soy tengo que encontrar un buen y creyente esposo, que me haga una esposa y madre tradicional de 8 hermosos niños, por lo menos, porque es lo que tanto añoro con toda mi alma. No obstante, le hice caso al Padre, como toda una sierva del señor, obediente.

De repente sin darme cuenta, sentí un escalofrío y al mirar hacia atrás veo que estaba el padre José, que tanto respeto, tocándome un poco, por abajo de la espalda, en un lugar que si no fuera él, pensaría pecaminoso, pero tratándose de un sacerdote, enviado directamente del vaticano, no pensé mal y lo acepté con ternura y la resignación de una hija, como un abrazo de Dios, es más, me puse a llorar conmovida porque Dios nunca me había tocado de aquella manera tan intensa y profundamente, como lo hizo después a través de su siervo, quién no dudó en meter su santa y sacramental mano, que tantos bautizos había realizado aquella semana, por debajo de mi falda…
…Aquellos gestos de generosidad de Yavé, no hacían más que hacerme sentir bendecida, tanto así que cuando llegué a mi casa me puse a orar y a danzar felizmente sus alabanzas en acción de Gracias.

Esta sólo es una experiencia, que quería compartir debido a lo feliz que me siento de que Dios oiga mis rezos y por fin me comience a mandar señales de que mi misión en este mundo se está cumpliendo.

Amén.

Bendiciones Cátolicas a todas y todos.